Una montaña viva

El paisaje está cobrando en Europa un interés social y político creciente. La aprobación en Florencia en el año 2000 del Convenio Europeo del paisaje por el Comité de Ministros del Consejo de Europa o las referencias que en materia de paisaje contiene la Estrategia Territorial Europea, acordada ese mismo año por los ministros responsables de Ordenación del Territorio de la Unión, son prueba de esta nueva realidad. La consideración del paisaje en los dos documentos citados supone, no sólo el reconocimiento de los valores paisajísticos del territorio europeo y la necesidad de intervenir para su conservación y adecuada gestión, sino, además, un entendimiento territorial del paisaje con todo lo que eso implica.

Frente a planteamientos pasados que asociaban de modo exclusivo preferente la defensa de los paisajes a las políticas de protección de la naturaleza, se afianza ahora la consideración del paisaje como una cualidad de todo el territorio, de todos y cada uno de los territorios. Tienen, pues, cabida en las políticas de paisaje, los cuadros paisajisticos sobresalientes, singulares o exóticos, pero también paisajes más habituales, paisajes rurales, de areas periurbanas, paisajes ordinarios como los que se nos ha llamado recientemente que constituyen el escenario de la vida cotidiana de millones de ciudadanos. El paisaje, en toda su diversidad constitutiva y contextual, se perfila así en la agenda política europea como elemento fundamental de calidad de vida y de identidad territorial, y al mismo tiempo, como patrimonio y recurso de amplias áreas del espacio europeo.

Ese renovado entendimiento del concepto y de las políticas de paisaje, fruto de una demanda social en aumento de paisajes de calidad desde los cotidianos a los más recónditos y sublimes, amplía notablemente el horizonte de las primeras iniciativas contemporáneas de salvaguarda paisajística y de la propia concepción del paisaje que les inspiraba. En ese proceso de cambio conceptual, social y político en torno al paisaje de montaña ha estado permanentemente presente. Porque la montaña -un determinado tipo de imagen de montaña- fundamentó en los orígenes del primigenio conservacionismo mundial y español, y porque, más recientemente, otra montaña, la montaña media, más accesible y humanizada, cuajada de paisajes modelados de naturaleza y cultura, demandada como espacio de ocio y residencial por una sociedad cada vez más urbana y profundamente afectada por las políticas y las coyunturas socioeconómicas, se sitúa en el centro de la renovada acción política por la defensa, la mejora y la puesta en valor del patrimonio paisajistico.

La montaña cantábrica, y concretamente su sector cántabro, constituye un excelente ámbito para el desarrrollo de los objetivos y criterio paisajísticos que preconiza la Convención de Florencia. A sus notables valores naturales y culturales, que se manifiestan sintéticamente en una elevada diversidad de configuraciones paisajísticas, la montad de Cantabria añade otras dos circunstancias que acrecientan su interés. Por una parte, el buen estado de conservación qeu presentan aún algunos de sus paisajes y la integridad con que se ahn mantenido hasta hoy sus estructuras territoriales constitutivas; por otra, y en conrapartida, las intesas dinámicas qeu se observan en numerosas áreas del espacio montañés, de distinto signo y alcance, y que están comprometiendo el carácter y los valores del patrimonio paisajístico regional.

 

Fuente, La montaña cantábrica, Una Montaña Viva (Carmen Delgado Viñas)